BLOGOSFERA
La gaviota que no había leído a Kant
Allá por 1997 fui nombrado director del Colegio Mayor San Juan Evangelista, que pertenece a la Obra Social de Unicaja y que sin duda es el más emblemático de la Ciudad Universitaria de Madrid por sus actividades culturales y por su compromiso histórico con las libertades democráticas, además de rivalizar con el mejor que pueda haber en la calidad académica de sus estudiantes. El caso es que volví ese año como director al mismo Colegio Mayor del que había sido colegial a finales de los setenta y principios de los ochenta. Recuerdo que mi primer problema como director fue el asunto de los «botellones», sobre el que había un serio debate entre la dirección y los colegiales, y entre los colegiales mismos.
Formado en el espíritu de aquel Colegio, el autoritarismo no entra en mi forma de entender la vida, pero es que además yo sabía bien que la gente del San Juan no es de la que se deja imponer una decisión de manera autoritaria. Así que inicié un largo proceso de diálogo. Fue entonces cuando me di cuenta de lo extendida que está la idea liberal de libertad en determinados sectores, da igual que sean de derechas o de izquierdas. La concepción liberal de la libertad es la libertad entendida como no interferencia. Para el liberal uno es libre si puede hacer lo que le da la gana y cuando le da la gana, sin que nadie pueda interferir. Sin duda, un magnífico ideal para Robinson Crusoe en su isla, pero muy poco práctico para las paredes que separan las habitaciones de nuestro querido Colegio Mayor. Así que los que no habían acabado sus exámenes entraban en conflicto con los que sí los habían terminado.
Naturalmente la solución no era ni prohibir, ni permitir los «botellones» a discreción, sino regularlos. Los órganos de representación democrática de los colegiales recibieron el encargo de hacer un «Reglamento de botellones», que especificaba minuciosamente cuándo y cómo se podían celebrar. Es verdad que ese reglamento fastidiaba a unos unas veces y otras a otros, pero satisfizo a la mayoría. Es lo que tiene vivir en sociedad, se pierde algo y se gana algo. Imagínese el lector cómo serían de aburridos los solitarios «botellones» liberales de Robinson Crusoe, por mucho que pudiera hacerlos cuando le viniera en gana.
Kant explicaba que la paloma pensaba que el aire era una molestia para volar, sin darse cuenta de que sin aire, en el vacío absoluto, no podría volar porque es el aire el que la sustenta en el vuelo. Quizá la paloma de Kant podría explicarle a la gaviota del PP que, en democracia, las leyes no son un impedimento para la libertad, sino la garantía de la misma. La verdadera libertad no es hacer nuestro capricho, somos verdaderamente libres cuando no estamos sometidos al capricho de nadie, cuando no tenemos amo.
En algún sitio de la casa de mis padres en Yunquera debe estar un libro de M.I. Finley titulado Los griegos de la antigüedad con una frase subrayada que dice algo así: «cuando los bárbaros les preguntaban a los griegos, ¿quién es vuestro rey?, estos contestaban: la ley es nuestro rey». Lo leí hace más de treinta años, quizá en una tarde como ésta, entonces sentado en mi habitación del San Juan, y ahora lo escribo en mi despacho del Congreso de los Diputados. Entonces y ahora, una parte de mí está en Yunquera.