BLOGOSFERA

José Andrés Torres Mora

Tribuna espacial


Dice la teoría de la relatividad que la experiencia del tiempo es diferente según la velocidad a la que se viaja. De tal modo que si una persona hiciera un viaje a la velocidad de la luz a otro planeta, al volver al nuestro encontraría que sus tataranietos habrían muerto de viejos mucho tiempo antes de su regreso, en tanto que esa persona apenas habría notado el paso del tiempo y tendría casi el mismo aspecto que cuando inició su viaje.

Siendo presidente de la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados pude comprobar que con el uso de la palabra ocurre un fenómeno similar al que describe la teoría de la relatividad para la velocidad y el tiempo. Para el que habla apenas ha pasado un momento, pero los que le escuchan tienen la sensación de que lleva hablando tanto tiempo que se han hecho viejos y se van a morir, sin poder despedirse de sus familiares y amigos, antes de que el orador acabe su discurso. La tribuna funciona como una nave espacial, cuando te bajas de ella le dices a tus compañeros de escaño: «¿ya han pasado diez minutos?», y ellos piensan: «un siglo, ha pasado un siglo». Así que uno ve desde la presidencia como los que tienen más confianza contigo, sean o no de tu partido, te señalan impacientes el reloj con una sonrisa como diciendo: «te lo has dejado en casa». Eso hasta que les toca hablar a ellos, momento en que se les para el reloj, en la muñeca y en el cerebro.

Nos pasa a todos. El miércoles de la semana pasada me tocó intervenir en el pleno en el debate de la sección 24 (Cultura) de los Presupuestos Generales del Estado. Nos dijeron a los portavoces de los distintos grupos parlamentarios que teníamos siete minutos cada uno para exponer nuestro juicio sobre el presupuesto para el Ministerio de Cultura, así que preparé mi intervención para ese tiempo. Cuando subí a la tribuna me encontré con que nos habían dado tres minutos adicionales. Pues bien, los usé y agoté los diez minutos. Lo que para el orador es un minuto, para el reloj son cinco y para el oyente son diez. Conste que este fenómeno no es exclusivo de la vida parlamentaria, es probable que los párrafos anteriores hayan traído a la cabeza del amable lector o lectora el caso de algún conocido, o que incluso se vean reflejados en el espejo ellos mismos. No se alarmen, pero no se descuiden.

De todos modos también hay sus excepciones. Últimamente vengo observando que a Mariano Rajoy le ocurre un fenómeno verdaderamente singular: se le hace largo su tiempo en la tribuna. Es decir, si tiene veinte minutos para hablar, a los diez ya empieza a mirar a su escaño con deseo. Yo no creo que sea sólo por pereza, sino por miedo a que se conozca la materia oscura de su proyecto político, porque teme que hablando se le escape su agenda de gobierno, y que con su agenda se le escape el Gobierno para siempre.

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