BLOGOSFERA

José Andrés Torres Mora

Como la mayoría


Hay un punto en el que nos dejamos llevar, en el que abandonamos nuestra voluntad y nos entregamos a fuerzas ajenas a nosotros. Es posible que en ese momento nos estemos dando cuenta de que algo de lo que estamos haciendo no está bien, que seamos conscientes de que tarde o temprano nos terminaremos arrepintiendo de nuestra acción o de nuestra omisión.

Sin embargo, la corriente que nos lleva es más poderosa que nosotros mismos, y en un momento dado dejamos de bracear en contra de esa corriente, dejamos de pelear, quizá impresionados por el número de los que nadan en la dirección contraria a la que pensamos acertada. El número es importante en nuestras vidas, somos animales gregarios, castigamos a los que son diferentes para mantener la cohesión del grupo. Es muy difícil resistirse a la mayoría.

El número nos intimida, pero también nos seduce; en ocasiones, y en contra de la evidencia más palmaria, sentimos que la mayoría tiene algo más que el poder. Al final cedemos, y no contentos con darle el poder a la mayoría, también le damos la razón. Cuando la mayoría es el amo, cuando actúa como amo, nos entregamos con menos resistencias que cuando el amo es el uno. Generalmente le concedemos a la mayoría no sólo un privilegio del ser, sino también un privilegio de la conciencia. Y, sin embargo, sabemos que no siempre es así.

Casandra, la hija de Príamo, padeció el maleficio de la incredulidad de la mayoría. Al parecer porque Apolo, que le dio el don de prever el futuro, le echó la maldición de que nadie la creería. Los dioses son así de retorcidos, en lugar de quitarle el don que le había dado a la hermosa princesa troyana cuando ella se negó a cumplir su parte del pacto, decidió convertir ese privilegio en su mayor fuente de sufrimiento.

Siempre me he preguntado dos cosas al respecto. La primera es qué vería la chica con su nuevo don de la adivinación sobre las consecuencias de entregarse carnalmente al guapo Apolo, como para negarse a cumplir el pacto. Y la segunda es si habría otra explicación para el maleficio de Casandra, una explicación que pudiera prescindir de la maldición de Apolo. La encontré leyendo Caída libre, un libro sobre la crisis económica del premio Nobel de economía Joseph Stiglitz.

La explicación es sencilla: no damos crédito a lo que va contra el sentido común. De los dos términos de la expresión, pesa más lo de común que lo de sentido. Si la opinión es común, entonces hacemos la vista gorda a la hora de dejar que atraviese la aduana de nuestra conciencia, y no la interrogamos mucho sobre su sentido.

Estoy convencido de que todo el mundo sabía en España y fuera de España que Mariano Rajoy iba a hacer una política de fuertes recortes sociales, que terminaría subiendo los impuestos, y no necesariamente a los más ricos, ni a los que más evaden, sino a los que están atrapados por un salario que les impide evadir sus responsabilidades fiscales en el caso en que se lo propusieran.
Todos sabíamos que Rajoy iría a lo más fácil, no a lo más justo. Sabíamos también que sus políticas estarían más inspiradas por su ideología que por la racionalidad económica, y que su ideología nos llevaría a la recesión, y con más injusticia social. Todo el mundo lo sabía.

También sabía todo el mundo que la crisis no era culpa de Zapatero, y que Zapatero tenía un estrecho margen de acción a corto plazo desde el punto de vista de sus propias preferencias ideológicas. Sin embargo una mayoría social, empezando por las élites, y por la mayoría mediática, decidió allanar sus facultades críticas y dejarse llevar. Y aquí estamos. Quejándonos. Eso sí, todos juntos.

TRANSPARENCIA

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