BLOGOSFERA

José Andrés Torres Mora

Quiero salir en Wikileaks


Hoy es el día de los Santos Inocentes. Se conmemora la matanza de todos los niños menores de dos años que ordenó Herodes con objeto de acabar con la vida de Jesús. Se ve que Herodes, a su manera, era un populista. Los populistas suelen hacer «tabula rasa» ante cualquier decisión difícil. El populista es el que cuando aparece la noticia de que un político se ha corrompido, lo primero que hace es pedir que se acabe inmediatamente con todos los políticos. No con todos los políticos corruptos, sino con todos, y así no hay posibilidad de fallar. Siempre que el radio de acción de los populistas no exceda de lo políticamente correcto, es decir, siempre que se limiten a los pederastas y los políticos, la gente no suele reparar en ellos. Lo de Herodes claramente sobrepasaba esos límites, pero hay populistas que hacen contrabando en esas fronteras fiados del descuido de la gente, unas veces con los inmigrantes, otras con los que son diferentes en su manera de ser o de pensar, con las mujeres, con los homosexuales, o con los que hablan otra lengua. Lo importante es que ellos hacen juicios genéricos, que igualan a todos, aunque siempre sea en la pena capital.

Hace unos días leí un artículo en el que se afirmaba que los documentos de Wikileaks «revelan de forma exhaustiva, como seguramente no había sucedido jamás, hasta qué grado las clases políticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado engañando a sus ciudadanos». Así, a bote pronto, resulta una acusación muy intensa y muy extensa. Una frase como esa, dicha de otro colectivo, probablemente hubiera encendido las alarmas de los lectores, e incluso del escritor de la misma, pero como se refería a los políticos pasó desapercibida.

En lo que no hay discusión es en que se trata de una filtración muy importante, que recuerda a otra que se produjo hace más de cuarenta años, la de los llamados Papeles del Pentágono, sobre la política de Estados Unidos en Vietnam, y sobre los cuales Hannah Arendt escribió un hermoso ensayo titulado La mentira en política. En ese texto Arendt decía: «Las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público con el cuidado de hacerlo verosímil mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados».

Una vez me invitó a comer un miembro de la Embajada de Estados Unidos, fue una comida cortés en la que hablamos abiertamente de las cosas que nos separaban y de las que nos unían. Se lo conté a mi mujer y entonces no manifestó ninguna duda, pero ahora dice que no me cree, porque no ha salido en Wikileaks. Estoy confuso: ¿no merecía aquella comida un cable a Washington?, aunque fuera corto. ¿Tan aburrida fue, o es que la suspendimos? Ya hasta empiezo a dudar. Tenía razón Hannah Arendt, lo han preparado tan bien que estamos más dispuestos a creer un cable de embajada que a nuestros propios ojos.

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