BLOGOSFERA
Este septiembre
Esta tercera década del siglo XXI ha inaugurado un tiempo de sobresaltos continuos, crisis encadenadas e incertidumbre permanente. Por ello no extraña que nos enfrentemos a este último cuatrimestre del año con la extraña sensación de espera, de expectación de algo que está por venir, por supuesto, siempre más difícil que lo anterior.
Para algunos, lo peor siempre es irremediable mientras que lo bueno se produce por azar o suerte. Desde luego que la política, como gobierno y liderazgo, debe alejarse de esos postulados más catastrofistas, con realismo, pero con capacidad de acción y de iniciativa. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ejemplifica ese liderazgo activo, todo lo contrario al de su antecesor, Mariano Rajoy, experto en dejar pudrir los problemas y esperar paciente a que lleguen los restos del naufragio español.
Este comienzo de curso político –es un decir, la política no conoce descanso en estos tiempos acelerados– ha demostrado que el proyecto socialista que encabeza Pedro Sánchez tiene respuestas a los verdaderos problemas de la sociedad, medidas de alcance y profundidad, que ambicionan paliar los efectos y resolver las causas, casi siempre relacionadas con el reparto de un poder invisible que toma decisiones sin refrendo democrático.
Europa está reconociendo este liderazgo de Pedro Sánchez, el de la persona y el de sus ideas y propuestas, como el tope a los precios del gas, la intervención de los mercados energéticos hasta hace muy poco impensables o la orientación de los fondos de respuesta a la pandemia que sigue segando vidas. Contrasta la campaña interna de ataques indiscriminados, bulos, falsedades y manipulaciones, con el encaje que tiene su acción de gobierno entre los socios y las autoridades europeas. Que Europa nos mire con aprecio no basta para quienes siempre han pescado en río revuelto y han levantado la bandera con el lema ‘Cuanto peor, mejor’.
Esto es vital cuando sabemos que solo saldremos de las crisis y emergencias de la mano de la Unión Europea. Extraña que el nuevo líder del PP abone esa estrategia destructiva que tan pocos resultados dio a Casado y la eleve a una nueva categoría entorpeciendo el funcionamiento de órganos democráticos fundamentales como el gobierno de los jueces o el Tribunal Constitucional. Ensimismado por su propio declinante efecto, Feijóo demostró hace unos días en el Senado que el único proyecto político del PP es el propio PP, sus intereses compartidos con las grandes corporaciones y la destrucción del adversario.
Se echa de menos que la derecha de este país eche una mano cuando pintan bastos. La diferencia de actitud política es evidente si comparamos el ejercicio de oposición y alternativa en España y en Andalucía. Aquí, el secretario general del PSOE de Andalucía, Juan Espadas, ha compartido sus propuestas para afrontar la grave situación económica y social derivada de la subida de los precios, anticipándose a un durmiente Moreno Bonilla, que aún no ha despertado del sueño electoral.
No es posible que un gobierno autonómico languidezca en medio de esta tormenta (o falta de ella). Ni secunde la iniciativa del Gobierno de España –algo lamentablemente impensable– ni active su propio plan para ayudar a las familias o afrontar la crisis hídrica y la sequía que sufrimos. Todo lo contrario: su respuesta ha sido intentar abrir un frente político siguiendo la máxima de que no hay mejor defensa que un ataque.
Cuatro años con los brazos cruzados en materia de agua nos aboca a una difícil situación sin que sus responsables asuman ni siquiera su responsabilidad competencial. Ni hacen ni escuchan ni acuerdan. Por desgracia. Que uno de los grandes partidos, representante de un bloque ideológico, se abone a la mencionada bandera de ‘Cuanto peor, mejor’ para sus intereses, es un síntoma de declive democrático.
Y si ya unimos a lo anterior la autocomplacencia, como en nuestra ciudad, el panorama se agrava. En medio de una de las mayores crisis de vivienda, su gobernante se conforma con que la especulación que propicia deje migajas en las arcas municipales a costa de expulsar a nuestros jóvenes de su ciudad. En plena crisis climática, su gobernante quiere que la mayor sombra sea la de toneladas y toneladas de cemento y no la de frondosos árboles en distritos densamente poblados y con escasez de espacios públicos. Morir de éxito, pero ¿qué éxito y a costa de quién y qué?
Un ayuntamiento debe crear oportunidades, y las primeras, deberían estar dirigidas a sus habitantes. Aquí las oportunidades las pierden los malagueños y las aprovechan otros. Quizá exista un consenso sobre lo que se debe hacer en Málaga, no lo niego, pero hoy por hoy es pura fachada construida sobre los mismos cimientos de las construcciones más altas. Enajenamos el futuro de los que menos tienen por darles un mejor presente a quienes más tienen. Negamos a un joven una vivienda asequible para vender un piso de lujo a un futbolista. Sin límites: se vende el cielo y la vista, el aire, la tierra o el mar. Todo tiene precio. Pero lo peor no es irremediable. La ciudadanía malagueña, estoy convencido, quiere un cambio de guión y de intérprete, porque el éxito selecto resuena en el fracaso de la mayoría, y esto es insoportable. A esa ciudadanía apelamos.