BLOGOSFERA
Sobre el conocimiento de las derrotas
Nunca he sabido reconocer las derrotas. No me refiero a una cuestión moral, a la falta de deportividad que te lleva a enfrentarte con el árbitro, a descalificar al ganador o a echarle la culpa al mal estado del terreno. No, no se trata de eso. Lo mío con las derrotas es un problema cognitivo. Un problema cognitivo, le explicaba a mis estudiantes, es el que tiene el recién nacido para distinguir a su abuela de la mecedora. Como nunca antes han visto ni una abuela, ni una mecedora, no saben dónde acaba la una y dónde empieza la otra. Algo así me pasa a mí con las derrotas, no soy capaz de darme cuenta de que me han vencido. Trataré de aclararlo con un ejemplo verídico.
Tenía ocho años. Mis padres habían emigrado a Alemania y me habían dejado interno en los salesianos de Ronda. Un día, jugando, un chico mayor que yo me desafió a una lucha cuerpo a cuerpo. Acepté el desafío sin pensarlo, y peleé con tanto empeño como poco éxito; al poco ya estaba de espaldas contra el suelo, con el otro chico sentado sobre mi pecho, mientras trababa mis brazos con sus rodillas. Llegado del pueblo, nunca había visto un suelo madera, quizá por esa razón todavía recuerdo que, aún en aquella circunstancia, reparé en su olor; y también recuerdo que aquel chico me daba tortitas en la cara mientras me tenía a su merced. Para cualquiera hubiera sido evidente que aquel chico me había derrotado; pero yo, sacando fuerzas de donde pude, hinché el pecho, lo miré fijamente a los ojos y le espeté desafiante: «¡qué! ¿quieres más?!». A eso me refiero cuando digo que no sé reconocer las derrotas.
Quiero aclarar que, como no podía ser de otro modo, he felicitado a los diputados del PP que conozco por los resultados que ha obtenido su partido en las elecciones del pasado domingo. Además, creo que ha quedado bien claro que los socialistas, a diferencia de lo que hacen otros cuando pierden, no cuestionamos la legitimidad de los procesos electorales y sus resultados cuando nos son desfavorables. Así que, efectivamente, desde el primer minuto, nuestros líderes han reconocido, en nombre de todos nosotros, nuestra derrota y la victoria de nuestros adversarios, allí donde se han producido.
Dicho esto, luego cada uno es como es. Muchas veces me he preguntado por qué tengo esa tendencia a no ser capaz de reconocer las derrotas, a no verlas ni cuando las tengo sentadas encima, trabándome los brazos. Al final, con el tiempo, he llegado a la conclusión de que la derrota es un estado de ánimo; que mientras uno lucha, que mientras uno alienta cuidadosamente un último rescoldo de rebeldía en su interior, uno no está derrotado. En definitiva, uno sólo está vencido cuando se rinde.
He tardado medio siglo en aprender a reconocer las derrotas; ahora ya soy consciente de que siendo tan tarde, no me queda vida para aprender a rendirme. Siempre he pensado que se trataba de un defecto, y de un defecto personal. Sin embargo, desde el domingo he podido constatar en muchos candidatos socialistas a los que admiro por su madurez e inteligencia, que después de felicitar democráticamente a los candidatos que les ganaron las elecciones, tienen en su interior algo más luminoso que un rescoldo: la voluntad humana de no rendirse, de seguir trabajando por sus pueblos y por sus ideales; entonces he pensado, no sé si lo saben o no, pero no están derrotados.