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Del archiduque, la huelga y una lata de sardinas
Hace poco me contaron una historia de la Guerra Civil en la que una lata de sardinas era revendida cada vez a mayor precio. El caso es que uno la compró y al abrirla con intención de comerse las sardinas descubrió para su disgusto que estaban podridas. Cuando fue a reclamarle al que se la había vendido, éste le contestó: insensato, cómo se te ha ocurrido abrir la lata, esta lata era sólo para venderla más cara.
En los últimos años no ha habido tertulia sobre la situación económica en la que no hubiera alguien que, dándoselas de persona prudente y avisada, afirmara la imperiosa necesidad de llevar a cabo reformas estructurales y de abordar de una vez por todas la reforma del mercado laboral. A ambas afirmaciones les ocurre como a la lata de sardinas del comienzo, tienen valor siempre y cuando no queramos saber lo que encierran. La tramitación parlamentaria de la reforma laboral ha sido como abrir la lata de sardinas de la derecha. Todos esperábamos que, a tenor de sus críticas, en sus enmiendas al texto propuesto por el Gobierno apareciera una propuesta definida y poderosa para acabar con el desempleo e impulsar una revolución en nuestras relaciones laborales. Nada de eso, presentaron unas pocas enmiendas que en su mayoría eran tan inservibles como las sardinas de la lata. Por desgracia tenemos una derecha que sólo cultiva la crítica a una realidad difícil, pero que no sabe cómo enmendarla. Al final sólo saben inflar las expectativas para multiplicar la decepción de la gente. Es ahí, en la frustración de la gente y en su reacción indignada en donde han puesto todas sus esperanzas.
Desde hace dos años los poderes políticos y mediáticos de la derecha han intentado enfrentar a los trabajadores con el Gobierno, reprochando a los sindicatos que no hicieran una huelga general. La actitud de algunos dirigentes de la patronal haciendo imposible un acuerdo fruto del diálogo social fue una aportación decisiva a esa estrategia de provocar una huelga general. Incluso algunos llegaron a pensar que la huelga sería un buen mensaje para los mercados.
Finalmente, la huelga tuvo lugar. La derecha tenía dos esperanzas contradictorias entre sí: que la huelga general fuera un sonoro fracaso que deslegitimara a los sindicatos y que fuera un éxito rotundo que deslegitimara al Gobierno. No ha ocurrido ninguna de las dos cosas, ha sido suficientemente seguida como para que no pueda considerarse un fracaso, pero tampoco un rotundo éxito. De tal forma que ambos, Gobierno y sindicatos, mantienen intacta su legitimidad para hablar en nombre de los trabajadores y para gobernar en nombre de los ciudadanos. Dicen que después de la I Guerra Mundial hubo un concurso de titulares entre los periódicos de Madrid, y que ganó uno que decía: «El archiduque ha sido encontrado vivo, la guerra no ha servido para nada». Pues eso, que ahora sindicatos y gobierno tienen que ponerse a hacer lo que ya estaban haciendo, que es seguir trabajando juntos desde valores compartidos de justicia social y sentido común.