BLOGOSFERA

Estefanía Martín Palop

Escuchar, aprender y escuchar


En tiempos de ruido y crispación, palabras como solidaridad y cooperación son las más damnificadas y quedan muchas veces fuera del debate político diario, que no olvidemos aborda asuntos que marcan nuestras vidas. Y si son usadas, pocas veces no quedan mancilladas. Instrumentales para sostener discursos vacíos o manoseadas para limpiar precisamente actitudes individualistas y egoístas.

Resulta lo anterior más decepcionante en nuestra Europa, algo más tonificada en los últimos meses, por el zarandeo trumpista y la necesidad de recorrer su propio camino, con más independencia, o, por qué no, más solidaridad entre sus socios.

La Europa institucional que conocemos vino de la mano de la destrucción bélica, de cuyo liberación ayer celebramos ochenta años, y es excelente continuación que hoy sea el Día Europeo de la Solidaridad y la Cooperación entre generaciones. Fue una construcción, un proceso, sostenido por la solidaridad entre pueblos, un interés económico y una premisa: nunca jamás volver a sufrir el yugo totalitario y su destrucción. Este legado democrático es una contribución integeneracional, al tiempo que nos indica un camino de cooperación entre naciones con una base cultural sólida, diversa y humanista.

Nos sirve ahora en estas palabras recordar el mensaje del papá Francisco, un argentino impregnado del humanismo europeo, ese que conforma nuestro otro legado trasatlántico. Nos dice el pontífice recién desaparecido que es importante escuchar, aprender y escuchar, una suerte de itinerario imprescindible para el entendimiento con el o la diferente. Solo es posible la solidaridad mediante la empatía y ésta crece con el entendimiento y el respeto mutuo. Y más necesidad de escucha nos propone Francisco cuando hablamos de nuestros mayores, "los abuelos". Esa sabiduría que solo da el tiempo no es su única herencia colectiva: su esfuerzo nos trajo aquí. Esa es la solidaridad entre generaciones. Pensar, primero, que nada es privativo de nuestro tiempo, que viene de un discurrir de energía colectiva, y, segundo, que tenemos una responsabilidad con quienes nos suceden. En nuestras decisiones de hoy debemos invocar a las generaciones del futuro. En nuestros actos de hoy anida el éxito o el fracaso venidero.

Esta solidaridad es la base de políticas tan indispensables como son las pensiones. Un acuerdo social basado en un pacto intergeneracional para dar seguridad y estabilidad cuando más las precisamos. ¿Y qué es eso, en qué se traduce? En que los jóvenes deben tener siempre presente que serán los mayores del mañana, que, si bien hoy gozan de excelente salud, mañana necesitarán esos servicios públicos que hoy quizá rechacen porque pueden afrontar un seguro privado. Si algo aprendemos con los años es que la invulnerabilidad de la juventud se pierde con el primer achaque.

La comprensión intergeneracional también tiene repercusión en lo más sencillo y esencial en nuestro día a día. Una sociedad que hace décadas tenía presente la cooperación intergeneracional, a través de las relaciones familiares establecidas, hoy la ve peligrar con nuestros nuevos modelos de vida. Con el cambio social y de ritmos que hemos vivido (y seguimos viviendo) se están viendo completamente amenazadas. Convirtiéndose, en muchos casos, en una brecha que provoca aislamiento y soledad.

Quienes trabajamos en lo social somos conocedoras que la promoción de las relaciones intergeneracionales son un elemento clave no sólo para promover un envejecimiento activo, sino también para alcanzar una mayor compresión y cohesión social, así como para evitar el aislamiento y soledad no deseada que afecta a tantas personas mayores.

Nuestras familias han cambiado, pero tenemos hueco para la esperanza. La ausencia de aquellos espacios familiares de convivencia intergeneracional ha hecho necesario el aumento de proyectos que incidan en la importancia de la relación y la colaboración entre diferentes grupos de edad. Y existe esperanza cuando, en situaciones de crisis como la que vivimos estos días, nos preocupamos de nuestros vecinos y vecinas mayores o de nuestros dependientes, y cómo no, de padres y madres.

Promocionar los espacios para que jóvenes y mayores es mucho más que compartir tiempo o espacio; es compartir conocimientos, experiencias y habilidades; y, sobre todo, es un enriquecimiento vital e indispensable para una sociedad que se define como plural e inclusiva y que se sustenta en un estado de bienestar.

Rompamos barreras y construyamos vida, vidas para vivir juntos y juntas, vidas donde ninguna persona se sienta excluida ni sola. Porque hoy somos, gracias al esfuerzo de los que fueron, pero que todavía siguen siendo.

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