La semana pasada, con la moción de censura a Mariano Rajoy y la entrada en el gobierno de Pedro Sánchez, miles de españoles y españolas vislumbraron un cambio en la política de nuestro país. Además, el discurso del nuevo presidente del gobierno mantuvo una línea argumental muy coherente, enraizada en la idea de que no se puede sustentar en el gobierno a un partido y un líder lastrados por la corrupción en su seno. 

Llegó un momento donde Sánchez afirmó “Dimita señor Rajoy y todo esto habrá acabado”. No había más caminos, moción o corrupción. Ciudadanos se postuló como único aliado de un Partido Popular llamado a tener que renovarse o desaparecer. El resto de la historia es conocida de sobra: una mayoría absoluta parlamentaria, emanada de las urnas, conformada por más de 12 millones de españoles, desalojó de la Moncloa a quien ayer se despidió de la política. Un presidente que no deja más legado que los recortes en políticas sociales y con la sombra de la sospecha en toda su gestión, que no ha sabido, o no ha querido más bien, ser contundente ante ese mal que inunda su corrupción desde la base.

Y en ese momento volvió la política con mayúsculas. La dignidad como sentimiento de unión de un país que mayoritariamente no avala ni ampara la corrupción. Hay quienes meses atrás habían dado por amortizado al líder socialista. Yo mismo pensaba que Sánchez tendría serias dificultades para ser presidente. Fuera del hemiciclo, con un PP que había pactado unos presupuestos ‘in extremis’ junto al PNV. Pero la semana pasada, tras ese debate de gran altura política en el parlamento, millones de españoles volvieron a creer en la política como instrumento transformador de nuestra sociedad. No les vamos a defraudar.