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El presidente dijo sí
En abril de 1999, Mariano Rajoy estrenaba cartera como ministro del Gobierno de España. Había dejado su despacho de la sede de Administraciones Públicas y entraba en la sede central del Ministerio de Educación y Cultura en la calle Alcalá de Madrid. Su agenda política cambiaba, aunque un asunto le perseguiría: la conversión en museo del Palacio de la Aduana en Málaga. No sabemos si puro en mano, el ministro gallego se reunió con la entonces consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Carmen Calvo. Cinco años después ella ocuparía ese mismo despacho. Rajoy le repitió a la andaluza las mismas palabras como ministro de Cultura que pronunció como titular de Administraciones Públicas: la Aduana nunca sería museo.
La consejera entregó en esa reunión las reivindicaciones de la plataforma La Aduana para Málaga, que en un sanísimo ejercicio democrático reclamaba en manifestaciones y actos públicos que el gran palacio junto a la Alcazaba albergara al museo de Bellas Artes y Arqueológico, juntos, el Museo de Málaga, una oportunidad histórica para la cultura de una ciudad, la cual iniciaba con paso firme de la mano del proyecto del Museo Picasso una estrategia cultural por todos defendida. El entonces ministro, presidente hoy, negó dos veces la Aduana para Málaga, desoyendo la reclamación de decenas de colectivos sociales, y de los partidos políticos, incluido el propio. Un presidente, entonces ministro, negó dos veces la Aduana como museo. Hasta que el presidente dijo sí. Ese presidente fue José Luis Rodríguez Zapatero.
Los miembros de la plataforma La Aduana para Málaga, los verdaderos artífices de que el sueño hoy sea una realidad porque en ellos estuvo el punto de ignición de la reivindicación y la difícil tarea de que no decayese la energía cívica para alcanzarlo, sabían que todo dependía exclusivamente de una decisión política. No existían condicionantes técnicos ni razones históricas: todo lo contrario, convertir la Aduana en museo era justo. Primero para el museo, secuestrado en los almacenes de la avenida Europa y lejos de la mirada ciudadana, despojado de su función pedagógica; y segundo, para la ciudad, porque ésta se había quedado sin su museo provincial, único caso en todo el país; y recuperaba para uso ciudadano un edificio político que servía, básicamente, de residencia del subdelegado del Gobierno. Esa decisión política llegó en 2004.
José Luis Rodríguez Zapatero entendió, gracias al socialismo malagueño, y a su secretaria general, Marisa Bustinduy, que esta provincia había tenido puesto el freno de mano durante muchos años y su potencial clamaba a gritos un cambio estratégico en la inversión pública en infraestructuras. Y así lo hizo de la mano de Magdalena Álvarez como ministra de Fomento, porque no olvidemos que la verdadera capacidad de inversión la tiene la administración que se reserva el más alto porcentaje de ingresos por los impuestos. La ciudad exigía además un gesto político -de gran transcendencia real-, y ése era la Aduana. No tuvimos que explicarle mucho al presidente y éste pidió a su gabinete que pusiera en marcha el proceso para que el palacio, de titularidad estatal en manos de Administraciones Públicas pasara al Ministerio de Cultura previa garantía de que la Subdelegación encontrara su sede. Una permuta de inmuebles entre la Administración General del Estado y la Junta de Andalucía permitió que la Subdelegación recalara en el edificio de la Caleta, el antiguo 18 de julio, y el Convento de la Trinidad pasara a manos de la administración autonómica.
Explico ese acuerdo para que se comprenda el calado del acuerdo político entre administraciones. Es justo reconocer que la Aduana había quedado sin uso policial en su planta baja gracias al Ayuntamiento de Málaga, que había financiado su traslado al Mercado de la Merced. A partir de ahí, el Gobierno de España financió la reforma del gran espacio -18.000 metros cuadrados- y aún en los momentos más duros de la crisis, el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle, defendió su cobertura presupuestaria y negoció con la Junta lo que hoy es una realidad.
Los proyectos estratégicos, como las grandes infraestructuras, requieren de una apuesta continuada de los gobiernos. Así ha sido con el Museo de Málaga, un proyecto que nos trasciende como ciudad, porque este centro cultural que abrirá este martes sus puertas para la ciudadanía malagueña y los visitantes tiene un alcance simbólico para el país, pues recupera una de sus pinacotecas provinciales, hasta hoy embalada, para rubor de todos. Recordemos que la intrincada historia propia del museo se ha visto afectada por una crisis que ha reducido la inversión a mínimos históricos. Aún así, el Gobierno central ha acabado la obra y la Junta, con recursos propios, ha puesto en marcha una nueva referencia cultural. Hablamos de más de 40 millones de euros de inversión y actualmente 2,5 millones para su funcionamiento. La Aduana ya es de Málaga, y de España. Ahora toca vivirla y disfrutarla. Felicidades.