BLOGOSFERA
Palabras grandes y números pequeños
Es curioso como los seres humanos nos contamos historias que nos tranquilizan y reconfortan. A comienzos de la XI legislatura, que acaba de disolverse, había quien decía que por fin, desde la Transición, el pueblo había entrado en el Congreso de los Diputados. Es verdad que muchos repararon en que eso había ocurrido allá por 1977, pero también es cierto que algunos están convencidos de que ellos, y sólo ellos, son el pueblo. De modo que al verse sentados en los escaños pensaron que era el pueblo mismo, y no sus representantes, el que, por fin, estaba en el Hemiciclo para hacer su soberana voluntad. Pero no.
Otra historia que circuló al comienzo de la XI legislatura es la del caudal de ilusión que los nuevos partidos habían conseguido movilizar en la sociedad española. La memoria nos funciona muy mal a los humanos. ¿Cómo comparar el caudal de ilusión de un momento dado con todos los caudales de ilusión que se han producido a lo largo de casi cuatro décadas de democracia? Un buen indicador podría ser la participación electoral. En el pasado 20 de diciembre de 2015 la participación fue del 73% del censo electoral. Comparada con la que hubo el 20 de noviembre de 2011, un 69%, fueron 4 puntos porcentuales más. En todo caso, si lo queremos ver de esta manera, la ruptura del bipartidismo, la oferta de nuevas opciones políticas, animó a un 4% adicional de ciudadanos a votar. Hubo quien trató de convertir ese dato en un cambio cualitativo en la historia política de nuestro país, pero no. De hecho, en 2008 la participación fue de un 74% y en 2004, de un 76%. De modo que el bipartidismo daba índices de participación electoral más altos que el multipartidismo, y también daba gobiernos, por cierto.
Confieso que me produce una enorme fascinación ver a personas, generalmente con acceso a los medios de comunicación, por arriba, se entiende, que dicen: la gente está harta y no va a ir a votar el 26 de junio. Ellos no, quiero decir, esas personas también están hartas, pero van a ir a votar, porque nobleza obliga. Lo que pasa es que ellos se sienten más obligados que la gente y también más conscientes, más responsables y, en definitiva, más nobles. Tengo la impresión de que su salmodia es en realidad la excusa de mal pagador que dan los que no creen mucho en las virtudes democráticas de nuestros ciudadanos y ciudadanas, porque quizá ellos no las tienen. Quizá a ellos les cueste mucho entender que la democracia también es esto, la democracia también es hacerse cargo de las cosas cuando salen mal, y de hacerlo con el espíritu tolerante y generoso de una sociedad libre. Atribuyen a los demás sus peores pensamientos y valores, en lugar de atribuirles los mejores. Me atrevería a sugerirle al amable lector o lectora de esta columna que si se encuentran a alguien que sostenga la tesis de que la gente está harta y va a haber mucha abstención le pregunte ¿cuánta abstención?. Un número, por favor. Y que luego piense en qué significa ese número en el juicio que merece nuestra democracia, y la gente.