BLOGOSFERA
Cautivos pero no cautivados
Recuerdo la cara de los estudiantes cuando, en mi primer día como profesor ayudante, sustituí al catedrático de la asignatura. Nunca me habían oído dar una clase, pero tenían derecho a sentirse decepcionados. Entonces yo no era mucho mayor que la mayoría de ellos, e incluso era bastante más joven que algunos. Estuve rápido, la verdad. Puse encima de la mesa los libros y los apuntes que traía para dar la clase y les dije que tenía que salir un momento al servicio. Al volver, del casi centenar de estudiantes que había en él aula, quedaban media docena. Les agradecí su decisión a los que se quedaron y creo que les di una clase decente, y casi amena, a cuya preparación había dedicado muchas horas. A partir de ese día, cada vez que tenía que sustituir al catedrático, repetía la misma operación: dejaba mis materiales encima de la mesa, me iba al servicio, y dejaba que quienes querían irse se fueran, sin crearles ninguna situación embarazosa. Con el tiempo constaté con alegría que cada vez se iban quedando algunos estudiantes más, y ese fue mi mejor estímulo.
Obviamente mi reacción tenía que ver con mi propia experiencia como estudiante. En particular con las lamentables clases de un profesor que, en cuarto de carrera, nos pasaba lista cada día. Recuerdo que un día le dije a un repetidor que cayó a mi lado: no hay derecho, estamos en el mejor momento de nuestras vidas, no nos duele nada, es primavera, el césped está espectacular y aquellas chicas también, este hombre está cometiendo un crimen contra la vida y deberíamos pararlo. El repetidor resultó ser bastante siniestro. A los pocos días me propuso una solución que me dejó helado. Le dije aterrado que había interpretado mal mis palabras y procuré no acercarme más a él. Pero desde que tuve que ir a aquellas clases le tengo mucha manía a quienes hablan a una audiencia a la que tienen cautiva, que no cautivada. Eso sí, no hasta el punto de pensar en el asesinato.
No hace mucho, uno de los nuevos líderes parlamentarios se estrenó en la tribuna del Congreso afirmando que tenía entendido que normalmente, en las pasadas legislaturas, en muchas ocasiones el hemiciclo estaba vacío y que él se preguntaba en qué sitio mejor podía estar un diputado durante el pleno. No lo puede remediar y busqué en Internet el desempeño del nuevo ángel purificador en sus anteriores responsabilidades parlamentarias y resulta que era de los que más habían faltado a los plenos. El miércoles pasado, mientras una oradora nos soltaba un discurso rutinario y sin alma desde la tribuna del Congreso, vi al nuevo líder sentado en su escaño, aburrido como una ostra, imagino que pensando en la cantidad de cosas que tenía que hacer en lugar de estar allí, haciendo como que escuchaba. El nuevo dirigente debería entender que una cosa es el derecho de un parlamentario a que lo dejen hablar, que es sagrado, y otra muy distinta el derecho a ser escuchado, que debe ganárselo día a día. Dicen que la hipocresía es el pecado de la clase media, y va a ser verdad.