BLOGOSFERA
Tal como éramos
Lo supe el primer día que llegué a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense a comienzos del otoño de 1977: los socialistas éramos la extrema derecha de aquella facultad. Claro que no podía extrañarme porque, en la facultad, el PCE era el centro derecha, o incluso la derecha pura y dura, según hablaras con un trotskista, un maoísta o un anarquista. Capté el mensaje. Por aquel entonces yo era un joven militante socialista, llegado de Málaga, que acababa de dejar las Juventudes porque, con 17 años, me sentía demasiado mayor. Así que me había afiliado al Partido, a la Agrupación Socialista Universitaria, la ASU. Trabajaba, con mi amigo Enrique Martínez, de educador en un internado del Instituto Nacional de Asistencia Social (INAS) por las tardes y noches, e iba a la Facultad por las mañanas.
Aquel fue un año de descubrimientos. En las vacaciones de Navidad volví a casa en un tren que tardaba doce o catorce horas en hacer el trayecto Madrid Málaga. La imprecisión en la duración no es un fallo de mi memoria, sino el margen de error de aquellos trenes. Una noche, en la cena, les solté a mis padres el resultado de mis primeras lecciones: «vosotros los trabajadores tenéis que hacer la revolución que nos lleve al paraíso socialista». Mi padre, obrero manual en CITESA, me miró y no dijo nada. Mi madre, que acababa de llegar después de trabajar toda la tarde limpiando una sucursal de la Caja de Ahorros de Ronda, me dijo: «¿quieres decir que después de fregar los servicios de la sucursal tengo que hacer el paraíso?». Hasta yo noté cierta sorna en sus palabras. Y me juré no hacer el canelo más veces, al menos delante de ella.
A final de aquel curso, en la primavera de 1978, los trabajadores de los centros del INAS de toda España nos pusimos en huelga. Yo formaba parte del comité de huelga. Era una huelga imposible, ¿cómo te pones en huelga cuando tienes que cuidar a niños, hacerles la comida o limpiar sus servicios y habitaciones? Fui a ver a un diputado socialista, un hombre mayor que había vuelto del exilio, para explicarle lo que estaba ocurriendo en aquellos centros. Cuando leyó el papel que le di, me dijo: «no me puedo creer que estéis en una situación tan mala». Yo le contesté: «no, esa no es la situación en la que estamos, es la que queremos, el papel es nuestra tabla de reivindicaciones». Perdimos aquella huelga. Faltaban meses para aprobar la Constitución del 78.
Hoy leo que, según algunos colegas de la facultad, siete lustros de trabajo y de lucha democrática de los socialistas solo han servido para «integrar a las clases subalternas» al servicio del capitalismo. Ya ven, con las becas y la educación pública, lo que estábamos haciendo es fabricar trabajadores al servicio del capital; con la sanidad pública, los curamos para que siguieran trabajando, con las pensiones distrajimos a los mayores del quehacer revolucionario. Claro que quienes escriben eso de los socialistas consideran a IU una fuerza «tímida y conservadora» vinculada cultural y generacionalmente al régimen de 1978. Tal como éramos.