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José Andrés Torres Mora

Democracia "contramayoritaria"


Veinte años después, como dirían Alejandro Dumas o un tango, he de reconocer que mi maestro tenía mucha razón cuando me decía provocativamente: «lo menos democrático de la democracia es el voto». Y, seguramente, habría que añadir, lo más democrático sea el acuerdo que nace de la deliberación libre e informada. Ciertamente el voto da un vencedor y un perdedor más claros que el acuerdo. Los acuerdos tienden a difuminar las fronteras entre ganadores y perdedores.

No solemos pararnos a pensar en las consecuencias que tiene la concepción «mayoritarista» de la democracia. Imaginemos que una mayoría del 51% gana con un programa electoral que defiende un determinado sistema educativo. ¿Debería imponer la forma en cómo han de educar a sus hijos al 49% restante? ¿O sería mejor que llegaran a un acuerdo que satisficiera, pongamos, al 87% de las familias? Claro que, para un purista, ese acuerdo habría supuesto la traición de la mayoría y de la minoría a una parte de sus respectivos postulados.

Hace veinte años yo estaba más bien del lado de los puristas, pero es que hasta entonces había perdido poco y pocas veces. Ahora sé que perder es más fácil y frecuente de lo que parece, y veo bien que haya sistemas que no me dejen completamente a merced de la mayoría ganadora. La Constitución y el Tribunal Constitucional son buenos ejemplos de elementos «contramayoritarios». La exigencia de mayorías reforzadas para cambiar determinadas leyes orgánicas, por ejemplo, también pertenece a esta tradición que impide a una mayoría coyuntural arrasar con el producto de muchos años de acuerdo social.

Viene esto a cuento de la paralización de la privatización de la sanidad madrileña. No es fácil parar a una mayoría parlamentaria. Lo hemos visto con la LOMCE. Ni la actividad de la oposición en el Parlamento, ni la marea verde, ni las críticas de los medios de comunicación han podido parar su aprobación. Aunque no quiero imaginar qué ley hubiera salido del actual Parlamento sin toda esa presión política y social. Sin embargo, en el caso de la sanidad pública madrileña, junto con el impagable esfuerzo de todos los sectores concernidos, una institución «contramayoritaria» ha venido en decisiva ayuda de quienes se oponen a la privatización: la Justicia. Pero la Justicia no está libre de presiones. En este sentido hemos sabido de la complicidad entre un juez del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y el Gobierno de Ignacio González. Frente a esa presión, una acción personal, ya casi olvidada, la renuncia de Tomás Gómez a su escaño en el Senado, contribuyó significativamente a poner el potente foco de la opinión pública sobre las maniobras en dicho Tribunal. Y esa luz ayudó a muchos jueces decentes a oponerse a las pretensiones injustas de una mayoría parlamentaria y de algunos importantes poderes económicos. En un tiempo en el que todos los políticos parecen pardos y solo se elogia a la multitud, me parece bueno dar luz a los actos valiosos de los hombres y mujeres individuales, aunque hayan sido votados por los ciudadanos.

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