BLOGOSFERA
La gracia del problema
Cada vez hay más estudios que demuestran la debilidad de la memoria humana. Recordamos menos y peor de lo que imaginamos. Por ejemplo, de las muchas asambleas que viví en mi Facultad, la de Políticas y Sociología de la Complutense, guardo recuerdo de muy pocas, aunque nunca he olvidado dos de ellas. Una fue en diciembre de 1979, durante las manifestaciones contra la Ley de Autonomía Universitaria de la UCD. Tenía diecinueve años y estudiaba tercero. Recuerdo que intervine en la asamblea porque estaba muy preocupado por la brutalidad de la policía y por la poca información que teníamos sobre la ley. Me preocupaban las dos cosas juntas. Entonces militaba en la Agrupación Socialista Universitaria, y le pedí ayuda a un profesor que era miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, que me puso en contacto con otro dirigente socialista, también profesor universitario y diputado. Ambos, tres años después, serían ministros del primer gobierno de Felipe González. El diputado me dijo que había hablado con el ministro del Interior, o con el gobernador civil de Madrid, eso no lo recuerdo bien, y que éste le había reconocido que no controlaba a la policía. Pocos días más tarde la policía mató en una manifestación en la calle Atocha a dos compañeros cuyos nombres tampoco he olvidado: Emilio y José Luis.
La otra asamblea que no he olvidado ocurrió unos años después y la he contado en alguna ocasión. Una profesora trataba de animar a los estudiantes a participar en las elecciones a Junta de Facultad a lo que le respondió un estudiante preguntándole que por qué no se sorteaban los puestos en lugar de elegirlos, tal y como esa profesora explicaba en sus clases que hacían los griegos. La profesora no tenía una respuesta y me quedé cavilando sobre aquello. Muchos años después encontré la respuesta en el libro de Bernard Manin Los principios del gobierno representativo. Ciertamente el sorteo es más igualitario que la elección. El sorteo tiene, además, la ventaja de no ofender al que pierde. Pero, el hecho de que el sorteo sea más igualitario que la elección no significa que sea más democrático.
La democracia apela al poder del pueblo. Con el sorteo el poder del pueblo se limita a organizarlo. Se reparten las papeletas de determinada manera y luego es la suerte, o son los dioses, los que deciden quién gobierna y con qué programa y objetivos. Con la elección, dice Bernard Manin, el pueblo tiene una mayor capacidad de influir en las decisiones del gobierno. Por un lado influye al elegir a determinados gobernantes y por otro lado influye de una manera más sutil y permanente: los gobernantes tienen siempre en mente el juicio retrospectivo que hará el pueblo sobre ellos en las próximas elecciones.
Cuando algunos analistas dicen que en las presentes circunstancias que vive nuestro país los políticos están pensando en sus intereses y no en los del pueblo quizá pecan de cierta soberbia. Los políticos no dejan de pensar todo el rato en cómo podría juzgarlos el pueblo en tres meses, o en tres años. Ahí está la gracia del problema.