BLOGOSFERA

José Andrés Torres Mora

De la infalibilidad del pueblo


Tengo un amigo que suele decir que da igual que te ahogues porque el agua te cubra diez centímetros o un kilómetro. En los dos casos estás igualmente ahogado. Pues con los resultados electorales viene a pasar algo parecido. Da igual que tengas 123 escaños o que tengas 163, si no tienes más votos a favor que en contra, no podrás ganar la investidura y formar gobierno, es decir, habrás perdido. Que estas cosas no las comprendan algunos políticos de primera fila nos hacen añorar la Educación para la Ciudadanía. En un sistema parlamentario forma gobierno el que es capaz de recabar suficientes apoyos entre los representantes. Porque, en un sistema así, con las mismas elecciones tratamos de proveernos, a la par, de representación y de gobierno. Y no siempre sale bien.

De modo que, después de unas elecciones, puede suceder que nos sintamos muy bien representados y muy mal gobernados, o ni siquiera gobernados. Como parece estar ocurriendo ahora. Y lo peor, o no, es que muchas personas pueden estar pensando que quizá es mejor no tener gobierno a tener un mal gobierno. Conclusión que pondría muy contentos a Bakunin o Hayek, pero que probablemente le provocaría una úlcera a Hobbes. Ciertamente el otro día, mientras se celebraba la sesión de investidura, había algunas personas en la Carrera de San Jerónimo que gritaban “no nos representan”. Seguro que tendrían sus razones, pero, y esto es lo importante, eran pocas. Ya no era el clamor del 15M, en la novena legislatura, ni el del movimiento Rodea el Congreso, en la décima, sino que como diría Marx parecía más bien una farsa.

Porque lo razonable, como me hizo ver el otro día Daniel Innerarity, hubiera sido que aquellas personas gritaran: “¡no nos gobiernan!”. Esa es la queja que toca esta vez. Y es que, conforme pasan los días, uno empieza a pensar que al soberano se le ha ido la mano en estas elecciones a favor de la función representativa y en contra de la gubernamental. Ya sé que esto roza el sacrilegio. Pero es que a mí me gusta la idea de pertenecer a un pueblo que piensa que también puede equivocarse. A ver, si el famoso teólogo Hans Küng, aprovechando el talante del Papa Francisco, le ha planteado la idea de que revise el dogma de la infalibilidad papal, digo yo que tampoco estaría mal revisar el dogma de la infalibilidad del pueblo. En fin, que tire la primera piedra quien no haya pensado alguna vez que el pueblo se ha equivocado un poquito en unas elecciones, sea el pueblo de su pueblo, el de su Comunidad o el de España.

Además, a tenor de las explicaciones que dan sobre los males de repetir elecciones, los que defienden la infalibilidad de pueblo muchas veces parecen más bien creer en la infantilidad del pueblo. Porque si bien es cierto que ninguno tenemos gran entusiasmo por repetirlas, si lo previeron los padres de la Constitución, no debe tratarse de algo tan excepcional. Sólo hemos necesitado treinta y siete años para vernos ante la posibilidad de que el pueblo se equivocara o los representantes fuéramos incompetentes para gestionar el resultado, o las dos cosas.

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