BLOGOSFERA
Transparencia
A mediados de los años noventa del siglo pasado, trabajando como economista para aquella irrepetible UGT de Málaga liderada por el tridente compuesto por Juan Antonio Triviño, Carlos Vila y Alberto Gómez Cruz, trajimos a Málaga a David Anisi, Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Salamanca, y que acababa de escribir un libro titulado Creadores de escasez. Anisi, cuyo nombre nos lo recomendó Juan Torres, dio una brillante conferencia en el Instituto de Estudios Portuarios, recién inaugurado, y nos descubrió algo sencillo: el carácter instrumental de muchos conceptos y bienes, entre ellos el dinero. Si se acapara, se crea escasez y su valor aumenta. Pero si se invierte y se redistribuye, entonces puede servir para ayudar a las personas. Y comparó entonces el uso del dinero con el uso de un cuchillo jamonero, que será bien utilizado si se corta jamón, pero no si se clava en el costillar del vecino de al lado.
Pues bien, algo parecido ocurre con la Transparencia. Se ha convertido en la palabra de moda, en el remedio de todos los males de la política, en la receta mágica para acabar con la desafección ciudadana y el descrédito de las instituciones. Los medios de comunicación más influyentes exigen desde su descarada y mayestática opacidad- la máxima transparencia de políticos, partidos e instituciones, y a raíz de esta demanda infinita se han aprobado leyes de transparencia, se han puesto en marcha portales de transparencia y la vida pública amenaza con deslumbrar de tanta transparencia, a menudo vacua.
Sin duda la transparencia es importante, por muchos motivos. Por ejemplo, aumenta la exigencia y permite la evaluación del trabajo y la rendición de cuentas. No es malo saber qué hacen nuestros representantes públicos, ni tampoco a qué dedican su tiempo, su esfuerzo y su presupuesto las instituciones que pagamos entre todos. Demasiados años de opacidad han dado lugar a una cultura de impunidad y de mal uso por torpeza o maldad- de los recursos públicos. Sin embargo, hay decenas de gestiones y de proyectos que jamás saldrían adelante sin una mínima discreción. Podemos poner como ejemplo desde el fichaje de un futbolista hasta un proyecto de ley, o la definición de una infraestructura. Someter todo a un debate público permanente cargado de ruido y de furia no parece una solución efectiva a los problemas reales de mala gestión o de endogamia institucional.
Hace pocos días entró en vigor la Ley de Transparencia aprobada por el Gobierno de España y hemos visto lo que ha ocurrido. Por parte del Gobierno se ha creado un portal con un refrito de datos inútiles y muchos documentos que ya se conocían. La llegada de la Ley de Transparencia no ha supuesto todavía ese salto cualitativo necesario en la gestión pública, una revolución silenciosa en la forma de tomar decisiones y de someterse al escrutinio público de la sociedad. Pero por parte de los medios de comunicación intermediarios con la ciudadanía- también hemos asistido asolados a un uso infantil y espurio de las nuevas posibilidades que se abren, con el foco puesto casi en exclusiva en los sueldos de los altos cargos y no en sus capacidades, su trabajo o su rendimiento al servicio de los demás. Ha sido francamente patético.
En junio puse en marcha mi propia plataforma de comunicación y rendición de cuentas (www.ebenitez.es) y he vivido en carne propia esa corta perspectiva. A los usuarios de mi plataforma les trae sin cuidado mi agenda, que es pública y se conoce por adelantado. También les importa un pimiento el trabajo parlamentario, las iniciativas que he presentado, las intervenciones en el Pleno o en las comisiones en las que participo. Y de aportar su punto de vista o su conocimiento a los proyectos de ley o proposiciones no de ley casi mejor ni hablamos, y eso que es uno de mis compromisos públicos. El tráfico se dirige a la nómina y al dinero que cobro, puntualmente colgado en la web y a disposición de todo el que quiera verlo. Como decía, un tanto decepcionante.
Terminaba Javier Marías su artículo el pasado domingo afirmando que a la humanidad nada le entusiasma más que pensar que todo el mundo esconde delitos y suciedades, y disfrutar escandalizándose de ellos. Ni los ciudadanos ni los medios parecen exigir más transparencia a la política para mejorar el debate público, o para fomentar la participación, sino más bien para rastrear en busca de cualquier pequeño detalle con el que alimentar el descrédito vigente. La metáfora del cuchillo jamonero de David Anisi sigue tan vigente como siempre: al primer descuido, acaba en costillar ajeno.