BLOGOSFERA
El Capitán América y los jueces decanos
Mi buen amigo Pepe Saturnino Martínez es uno de los mejores representantes de una excepcional generación de sociólogos y sociólogas. Todavía recuerdo la cara que se me quedó cuando me entregó un riguroso trabajo estadístico sobre por qué se ligaba tan poco en la universidad. La verdad es que no había motivo para sorprenderse, al menos por el tema, aunque sí por el rigor con el que lo trataba. Por cierto, con el mismo rigor e imaginación que ha trabajado temas como la desigualdad, la educación o la pobreza. Hace poco me envió el borrador de una conferencia sobre el carácter político de los héroes de los cómics de Marvel. Y tengo entendido que su conferencia hizo las delicias de los asistentes a la Semana del cómic de La Laguna.
La tesis de Pepe Saturnino Martínez es que mientras otros superhéroes representan al neoliberalismo, como es el caso de Iron Man, el Capitán América sería un magnífico exponente del republicanismo cívico (es decir, no el republicanismo de Reagan, sino la antigua tradición de la virtud cívica y la libertad como no dominación que sistematizara hace unos años Philip Pettit).
En la película El soldado de invierno, el Capitán América se enfrenta a una conspiración de pretorianos que, para garantizar el futuro de la libertad y la prosperidad del mundo entero, tienen planeado matar de forma preventiva a unos cuantos cientos de miles de personas. La estrategia de negocio de los pretorianos de la película es la misma que la de todos los pretorianos que han sucumbido a la tentación de quedarse para ellos con el poder político que debían proteger: extender el caos para que la gente les entregue su libertad a cambio de seguridad. Porque los pretorianos, desde la antigua Roma, son los mayoristas de la seguridad.
La alarma creada en la sociedad española por la corrupción política y, probablemente también, por el tratamiento que la prensa está haciendo de la misma, no ha tardado en activar los reflejos pavlovianos de los pretorianos actuales, que más que los militares, como lo fueron tradicionalmente, son ahora los policías y los jueces. Así que, por si fuera poco la ley mordaza, hace unos días los jueces decanos de nuestro país lanzaron un documento en el que denunciaban la multiplicación de los casos de corrupción, aunque sin explicar ni por qué, ni por cuánto, se ha multiplicado la corrupción. Es decir, sin el menor atisbo de rigor estadístico y pericial, pero aprovechando la alarma social para pedir más autonomía, más recursos y más penas, es decir, más poder. Más poder, pero no más control a su poder. La policía, para no ser menos, también quiere más autonomía para realizar escuchas e intervenir las comunicaciones sin control judicial. La razón: la corrupción. Por eso la tradición republicana nos avisa: «Quis custodiet ipsos custodes» (¿quién vigilará a los que vigilan?). Al final, como siempre, lo peor de la corrupción no es que nos roben el dinero, sino la libertad.