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¿Igualar a la baja?
Uno de los ejercicios más estimulantes y enriquecedores que puede hacer un político es el de someterse a las preguntas y cuestiones de los ciudadanos, en el formato que prefiera, de manera constante. La semana pasada lo hice en Sierra de Yeguas, donde asistieron más de 40 personas a una asamblea abierta, y también en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, invitado de nuevo por su profesora de Periodismo político y económico.
En Sierra de Yeguas asistieron varios jóvenes con un discurso muy crítico. Uno de ellos tenía dos licenciaturas, hablaba inglés y estaba parado. Sus acompañantes tenían perfiles similares. Los estudiantes de Sevilla ya me habían interrogado de lo lindo en una visita previa al Parlamento de Andalucía, así que tenía su confianza ganada. Me esforcé por explicarles cómo funciona el Parlamento, la construcción de la agenda política andaluza, los mecanismos de participación y otras muchas cuestiones que deberíamos haber explicado hace años a la sociedad a las que representamos. Esa misma mañana el jueves 20- se había acordado una reforma del reglamento de la cámara que permitía la participación ciudadana en el proceso legislativo y mejoraba la transparencia del trabajo de los parlamentarios. Sin embargo, buena parte de las preguntas se dirigieron, otra vez, al sueldo de los políticos, de la mano de los viajes de Monago y la actualidad más reciente.
Explicar a los jóvenes que la Política debe estar bien retribuida, sin pasarse, es una batalla perdida. Tratar de convencer a una sociedad en crisis de la necesaria evaluación del trabajo de los representantes públicos a través de sus logros, y no de sus sueldos, es una entelequia a día de hoy. Y es una situación completamente lógica. Una estadística publicada la semana pasada decía que millones de españoles ni siquiera llegan a cobrar 800 euros mensuales por su trabajo, sin duda pesado y fatigoso. En esas condiciones objetivas, que diría Marx, no puede ser una sorpresa la irrupción de nuevas fuerzas políticas cuyo principal mensaje es un mensaje de ruptura con lo establecido.
Para varios millones de ciudadanos españoles resulta muy difícil identificarse con el sistema. Los mayores han vivido la mejora de este país, y se han beneficiado de sus logros colectivos: pensiones, sanidad, educación para sus hijos, infraestructuras. Pero a los ciudadanos que no han cumplido los cuarenta todo esto les parece superfluo, porque ya existía cuando nacieron, pero además porque en su horizonte vital no hay más que precariedad y subempleo. Lo decía muy bien Joaquín Estefanía el sábado reseñando varios libros sobre el fin de las clases medias: varias generaciones de españoles están formadas para vivir con las comodidades de las clases medias y altas, pero se enfrentan a condiciones de vida propias de las clases bajas. Una paradoja explosiva.
Lo más inquietante de todo esto es que se ha impuesto un peligroso discurso del agravio. Muchos jóvenes con los que hablo no plantean una alternativa capaz de sacarnos de la crisis y devolver la esperanza a jóvenes y mayores, no. Su planteamiento es que su desesperanza se debe a los privilegios que supuestamente disfrutan otros. Es cierto que España ha sacrificado a sus jóvenes en sus recientes políticas de empleo, y que tenemos un mercado de trabajo dual y muy segmentado. La crisis se ha cebado con los menores de cuarenta y apenas ha tocado a quienes tenían un trabajo fijo. Y todo esto lo saben y lo sufren los jóvenes. Ahora bien, ver a quienes sostienen la mucha o poca solidaridad que tenemos como una amenaza no puede ser nunca la solución a los males que nos afectan.
Decía Ramón Jáuregui el martes en Sevilla, en la presentación de su libro El país que seremos- que en España hay 15 millones de personas que contribuyen al sistema, y otros 15 millones que no se han precipitado al abismo gracias al sistema (pensionistas, desempleados con prestación, etcétera). Si la alternativa consiste en igualar a la baja viendo a los contribuyentes (funcionarios de todo tipo, trabajadores cualificados, directivos, profesionales liberales, autónomos, empresarios) como un enemigo a batir, como simples poseedores de injustos privilegios, me pregunto de dónde van a salir los recursos para evitar el colapso social. Para repartir la riqueza hay que crear riqueza. Igualar a la baja, allá donde se ha hecho, sólo ha conseguido descapitalizar la sociedad y hundir la iniciativa. Una fórmula mágica tan fracasada como absurda. Pues bien, parece que en ello estamos: si no puedes salvarme, te vas a hundir conmigo. Inquietante y peligroso. Veremos.