BLOGOSFERA
Liderazgo público y corrupción
Conocí personalmente a Manuel Villoria, uno de nuestros mayores expertos en corrupción política, en Sevilla, en el mes de junio, en unas jornadas de trabajo sobre e-democracia organizadas por el Parlamento de Andalucía. Villoria vino de la mano de Juan Manuel Roa, y todos nos vimos en Sevilla por el empeño de Manolo Gracia, presidente del Parlamento andaluz y firme convencido de la necesidad de abrir a la ciudadanía y a la transparencia esta institución esencial.
Manuel Villoria acaba de publicar un capítulo sobre liderazgo público y corrupción en un libro colectivo sobre el coraje de liderar. Siempre merece la pena leer a quien sabe de esto y lo practica. Y más en los tiempos que corren, con la democracia española afectada en sus cimientos por la desconfianza y la desolación. Semana sí, semana también, se suceden las detenciones, las portadas de prensa, las investigaciones judiciales, y todo ello en un ambiente social de crisis económica, de incertidumbre, de penuria material y de escasa fe en el presente de nuestras instituciones y en el futuro de esa red colectiva que hoy por hoy es el sector público.
Dice Villoria que cuanto más poder institucional tiene una organización pública, tanto más importante es el sistema de controles sobre la actuación de los directivos de esa organización. Y también, dentro de muchos otros consejos muy razonables, que sea técnica o política, la legitimidad no puede centrarse sólo en resultados. Hacer las cosas con integridad, legalidad, transparencia, coherencia, rindiendo cuentas y escuchando imparcialmente a los afectados es esencial; máxime ahora, considerando las dificultades que en una crisis económica como la presente puede haber para legitimarse con nuevos derechos y servicios.
La idea de prestar atención a los procesos, y no sólo a los resultados, es una buena idea que los partidos políticos nunca debimos perder de vista. Dov Seidman, en una entrevista publicada el domingo en El País Negocios, lo decía muy claro: si quiere poder, tenga autoridad moral. Este señor ha publicado otro libro insistiendo en esta idea, por qué el cómo se hacen las cosas significa tanto, y es que por fin tras años de dislate, de ambición sin límites, de absoluciones a través de las urnas y de completa pleitesía a las cuentas de resultados (fuesen económicas o electorales), parece que por fin estamos dispuestos a aprender algunas lecciones.
Por este camino de mejora de los procesos se ha lanzado Pedro Sánchez, que el pasado jueves firmó un ambicioso convenio de colaboración con Transparencia Internacional, justo en pleno escándalo por los recurrentes viajes de trabajo de Monago a Canarias. Ya en Gran Bretaña vivieron un episodio similar hace diez años cuando se descubrió que muchos parlamentarios cargaban a sus dietas gastos que nada tenían que ver con su actividad política. Aquello generó una profunda investigación interna (el Informe Legg) que sacudió al sistema. Lo que parece cada vez más claro es que la demanda de ejemplaridad es rotunda, pero también debería estar claro que hay que hacer una gran pedagogía con respecto a lo que supone la dedicación a la política. Porque si pasamos de justificar casi todo a discutirlo todo, entonces no estaremos apuntalando la democracia, sino más bien apuñalándola. Eso sí, con la socorrida e incontestable coartada de la transparencia. Cuidado.