BLOGOSFERA

Enrique Benítez Palma

España en el precipicio


Tres años después de la tramposa llegada al poder del PP y de Mariano Rajoy, España se asoma con vértigo al precipicio. En este largo y suficiente plazo de tiempo, no sólo no se han resuelto los principales problemas económicos y sociales de este país, sino que se han agravado. Hoy por hoy hay más desempleo, más pobreza familiar, menos gasto público en educación, en sanidad, en investigación. Ha caído en picado la inversión pública y la desigualdad social es la mayor de la historia reciente. Y a ese fracasado balance económico y social se suma el desastre político que ha concluido en la llamada “consulta” catalana celebrada este domingo. En los momentos necesarios, Rajoy no comparece. Cuando llueven los escándalos, Rajoy se esconde. Cuando más necesita este país de un referente, Rajoy calla. Hace pocos días Maruja Torres escribió de él que sin duda era el Presidente más patético de la democracia. Se quedó muy corta.

Lo ocurrido en Cataluña este domingo merece una reflexión. Por una parte, el desafiante Artur Más se ha salido con la suya, celebrando una consulta claramente ilegal. Se pregunta uno entonces para qué sirven órganos fundamentales como el Tribunal Constitucional o la Fiscalía General del Estado. Quizás para perseguir a los “robagallinas”, en acertadas y aceradas declaraciones de un alto magistrado. Porque la primera conclusión para la ciudadanía española es que Rajoy, fiel a su estilo, ha pretendido solucionar también este problema –como en su momento el Prestige y tantos otros casos- por inacción, por putrefacción, y lo único que ha conseguido ha sido decepcionar a la sociedad española y sembrar la desolación entre sus propios partidarios, con Alicia Sánchez Camacho a la cabeza. Su firmeza es la de un junco, siempre a merced del viento.

Por suerte la consulta ha sido un fiasco, en términos de participación, pero su resultado conduce a unas elecciones anticipadas en Cataluña con una fuerte tentación de repetir la jugada plebiscitaria. El PP y Rajoy nunca han defendido la unidad de España. Han gestionado la cuestión catalana –compleja y de solución política- desde la certeza de que nunca iban a gobernar en Cataluña –ni siquiera en coalición- y que además la soflama independentista les daba votos en el resto de España. Sin sentido de Estado, todo ha sido gestión partidista. Pero la oleada de corrupciones y los escándalos permanentes han destrozado una estrategia puramente electoral que ha renunciado a Cataluña para mantener el poder central. Muy grave.

De la mano de Rajoy, la sociedad española se ha hundido en la desconfianza y el pesimismo. Su propio partido vive inmerso en una brutal guerra civil, con María Dolores de Cospedal y Javier Arenas jugando a las batallitas con el futuro del PP y de su más fiel militancia. Se suceden las detenciones, las filtraciones, los escándalos. Todo apunta a un caso gravísimo de financiación irregular, con lo que eso supone a la hora de hacer llamamientos a la regeneración democrática y a la ejemplaridad pública. Y este mismo fin de semana hemos asistido boquiabiertos a la proclamación en Cáceres del viajero Monago como nuevo referente del Partido Popular. Eso sí, Rajoy lo elevó a los altares con las mismas palabras con las que en su momento respaldó a Camps en Valencia. Repasen las hemerotecas.

España no se merece esto. No se merece un Presidente apático y que ha hecho de la inapetencia política su seña de identidad. Para gobernar hay que ejercer. Y para ejercer hay que tener valentía, decisión y criterio. Pero Rajoy ha decidido huir de su responsabilidad, delegar, proteger a Ana Mato, a Wert, a Soria, al peor gabinete de los últimos treinta años, y por supuesto no meterse en política, ni siquiera para evitar la sangría interna de su propio Partido, abandonado a su suerte. Ahora todo lo fían en las filas del PP a un pacto salvador con el PSOE. Pero así es imposible. Tantos años de desprecio a las instituciones, al consenso, a los fundamentos de la democracia no pueden borrarse como si de un disco duro se tratara. En la memoria colectiva está la gran mentira popular. Han jugado con fuego, y nos han quemado a todos.

TRANSPARENCIA

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