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Enrique Benítez Palma

Escocia y Cataluña


Uno de los acontecimientos más relevantes para la política española de los próximos meses va a tener lugar en Escocia el próximo 18 de septiembre. El referéndum en el que se va a decidir sobre la independencia de Escocia está a la vuelta de la esquina, y su resultado dará alas –o podrá los pies en la tierra- a quienes siguen manteniendo en España el pulso al Estado a través de una posible consulta ilegal a celebrar en Cataluña el día 9 de noviembre.

El año pasado tuve la suerte de viajar a Escocia. Y estas últimas semanas, a través de la plataforma Osoigo.com (la web de los políticos que escuchan, en la que soy el único parlamentario socialista andaluz en activo) he recibido varias preguntas sobre los paralelismos entre Escocia e Inglaterra. Pues bien, nada tienen que ver la una con la otra, como lo demuestra la Historia, cuyo estudio está al alcance de cualquiera que efectivamente quiera estudiar.

En 1707 las coronas de Inglaterra y de Escocia confluyeron en la cabeza de Jacobo I de Inglaterra. Por este y otros muchos motivos, el soberano Parlamento de Escocia votó el Acta de Unión (110 votos a favor, 67 en contra) que ratificó su propia disolución como Parlamento para que Escocia e Inglaterra conformaran el Reino Unido, al que posteriormente se incorporaría Irlanda. Por eso, a todo este proceso de mayor autonomía escocesa, que puede incluso llegar a la independencia, se le llama “devolution”, porque si la unión fue legal, democrática y voluntaria, se interpreta que fue un proceso reversible, y de ahí esa “devolución” de competencias perdidas. De hecho, si gana el “sí” ya hay quien plantea que va siendo hora de que Inglaterra tenga también su propio Parlamento.

En Cataluña, por el contrario, se ha tratado de establecer que en 1714, tras la desastrosa Guerra de Sucesión española –otra más de nuestras innumerables guerras civiles, como sostiene ese gran y desconocido historiador que es José Enrique Ruiz Doménec- el triunfo de los Borbones cercenó la independencia que debía de haber sido y que no fue. Una hipótesis de historia ficción que obliga a creer que la victoria del Archiduque Carlos habría traído consigo la independencia del Principado de Cataluña, que resistió hasta 1715, año del apocalipsis para la “nueva cultura catalana”. La toma de Barcelona por las tropas vencedoras de la guerra se constituye así como el “año cero” de la Historia que tenía que haber sido y que no fue.

Por lo tanto, no hay paralelismo posible, como nos demuestra la Historia. Sorprende no obstante esa utilización interesada de los símbolos, ese establecimiento del punto de partida más o menos cerca en ambos casos: a principios del siglo XVIII. Como si desde entonces el mapa de Europa hubiese permanecido inmutable, paralizado en el tiempo. Para algunos parece que ha sido así. Anclados en el pasado, llevan años decidiendo no prepararse para el futuro. Y ahora que les ha pillado el toro, pues claro, la culpa es de otros. Una treta tan vieja como la Historia, tan socorrida en estos casos. Y tan manoseada.

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