BLOGOSFERA

Enrique Benítez Palma

Los retos de Felipe VI


Miles de españoles seguimos la semana pasada el discurso del Rey con el mismo interés con el que millones de ingleses escucharon en 1939 su discurso del Rey, en aquella ocasión de Jorge VI, que venció su miedo a hablar en público y su casi tartamudez para dirigirse a una nación en guerra. No es la España de 2014 un país en guerra, pero sí se dirigió Felipe VI a una sociedad rota y maltrecha, golpeada por la crisis económica, el desempleo, la precariedad vital y la ausencia de confianza en las instituciones y de esperanza en el futuro. Hoy un pesimismo creciente invade España, y posiblemente sea su peor enemigo. La polarización se hace fuerte en las calles. La radicalidad gana terreno en las tertulias, en las conversaciones, en el pensamiento colectivo.

Hay muchas cosas buenas que decir de la sacrosanta Transición, pero hoy por hoy el balance arroja más sombras que luces. La democracia ha traído crecimiento económico, igualdad de sexos, un incontestable avance de los servicios públicos y una modernización general de la sociedad española, de su forma de pensar y de sus costumbres. Hay muchas cosas que funcionan y que funcionan bien. No sería justo ni honesto discutirlo todo, cuestionarlo todo.

Pero hay que reconocer que los “padres” de la Transición creyeron que el Estado eran ellos, y que abusaron de nuestra confianza. Los grandes partidos políticos, los sindicatos más representativos, las organizaciones empresariales, las Cortes o la propia figura de la Jefatura del Estado no han sabido estar a la altura de las circunstancias, ni leer tampoco el malestar de un país más informado y exigente. Escribió en una ocasión Santos Juliá a propósito de la Transición y del cierre de heridas del pasado que sus protagonistas “sabían lo que hacían, e hicieron lo que debían”. De acuerdo, pero a partir de cierto momento todas estas instituciones y las personas que las dirigían siguieron actuando como en los años ochenta, cuando ya el país entero había cambiado y exigía ejemplaridad, rendición de cuentas, transparencia y lealtad a la sociedad. La desafección ciudadana y la contestación que sufren hoy nuestras más importantes instituciones no es un fenómeno surgido de la nada al amparo de la crisis económica, sino que se ha venido sembrando hasta que el malestar colectivo ha hecho que florezcan de una manera casi imparable.

Noam Chomski escribió hace años un libro de título consistente: “Una nueva generación dicta las normas”. Eso es lo que parece necesitar España en estos momentos, un relevo generacional, un acelerado pase de página para impedir que los últimos 38 años se tiren por la borda sin mirar atrás. Y Felipe VI lo verbalizó en su discurso al hablar de transparencia, responsabilidad social y otras muchas cuestiones que son, hoy por hoy, impostergables. Puede darse la paradoja de que sea la institución más anacrónica y discutida la que de nuevo se alce por encima de las demás si es capaz de dar un paso al frente y liderar el imprescindible cambio de guardia que necesita España y que piden a gritos sus ciudadanos. No sería mala noticia esa coherencia real, por el bien de todos. Muy pronto tendremos la ocasión de comprobarlo.

La generación más beneficiada por los logros de la Transición –estabilidad económica y social, modernización, extensión de la educación y la sanidad pública, mejora de las infraestructuras, etcétera.- tiene ante sí el reto de dar el relevo a quienes la construyeron para evitar tentaciones de deconstrucción, tentaciones de utopías totalitarias y populistas. Si los padres de la Constitución del 78 y del consenso constitucional nos han defraudado, casi traicionado, ahora somos los hijos de ese consenso tan positivo los que debemos evitar que la desafección siga creciendo, y además articular una nueva mayoría social dispuesta a seguir creyendo y confiando en la democracia de las instituciones. El populismo acecha. Y los vientos de cambio, nos lo ha enseñado la Historia, cuando llegan son casi siempre imparables.

TRANSPARENCIA

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