BLOGOSFERA
La república de tu casa
Ya han terminado los fastos de la coronación del nuevo rey. Todavía quedarán algunos coletazos, como este artículo, pero poco a poco se irán apagando los ecos de los acontecimientos de estos días e iremos volviendo a la normalidad. La normalidad es muy poderosa. En el eterno combate entre normalidad y novedad, la normalidad suele llevar siempre las de ganar, incluso en esta era líquida en la que nos ha tocado vivir. Así que pronto nos acostumbraremos a los reyes Felipe y Letizia, como antes nos acostumbramos a los reyes Juan Carlos y Sofía. Veremos al nuevo monarca en el telediario y durante cierto tiempo todo será la primera vez. La primera vez que el rey nos felicite la Navidad, la primera vez que acuda a la ONU, o la primera vez que presida la Pascua Militar. Luego vendrá la segunda vez, pero la segunda vez ya no es noticia. Y, después de un breve fulgor de la novedad, la normalidad le habrá vuelto a ganar la batalla.
Asistí al acto de proclamación del rey Felipe VI desde mi escaño en el Congreso. Un poco más apretado que de costumbre, porque se nos unieron los senadores. Antes de que diera comienzo el acto me llamó un amigo para decirme que lo estaba viendo por la tele y que me envidiaba sanamente la suerte de poder participar en un día histórico. No quise desanimarlo, pero para saber si un día es histórico hay que esperar muchos años. Como soy de pueblo me planteé mi participación en los actos del día como se hace en las bodas de esos familiares con los que mantienes buena relación pero que no son demasiado allegados. Son bodas en las que has de ir a la misa en señal de respeto, pero basta con que una representación de la familia asista al convite. Así que, aunque no tenía mayor problema en asistir a la recepción en palacio, cuando supe que asistiría un número suficientemente decoroso de compañeros diputados de mi grupo me sentí dispensado de ir, sin que pudiera entenderse como un desaire a la institución y a los muchos ciudadanos y ciudadanas que se hubieran sentido tan honrados como yo de ser invitados.
La tradición republicana obliga a hacer la mili, como bien sabían Cicerón y Maquiavelo. Así que cuando me llegó la hora, allá por 1983, en lugar de objetar como hicieron muchos amigos, me fui a cumplir con mi deber militar con el mismo éxito, por cierto, que Cicerón y Maquiavelo. Recordando mis hazañas bélicas tuve curiosidad por saber cómo era asistir a un desfile desde la tribuna y al acabar el acto de proclamación me sumé a los diputados que esperaban junto a los leones del Congreso el paso de los soldados. Mientras esperábamos un diputado del PP me preguntó si soy accidentalista, y le dije que no, que soy un republicano respetuoso con la Constitución. Entonces me acordé de unas recientes declaraciones de un joven diputado de Izquierda Unida en las que afirma que lo que pasa es que la Constitución se ha hecho de ultraizquierda porque la sociedad se ha ido derechizando. Creo que, en estas condiciones, mejor que cambiar la Constitución, quizá deberíamos cambiar la sociedad.