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Enrique Benítez Palma

El Capital en el siglo XXI


Un economista francés, joven y sobradamente preparado, de nombre Thomas Piketty, ha publicado un libro que todavía no ha sido traducido al castellano pero que ya está dando que hablar en nuestro país. Se trata de “El Capital en el siglo XXI”, y en sus documentadas páginas Piketty, que es profesor de economía en París, pone de manifiesto con datos y rigurosas regresiones estadísticas que de seguir así las cosas nos dirigimos hacia una situación insostenible de acumulación de riqueza en unas pocas manos y de aumento de las desigualdades.

Piketty con su libro ha logrado agitar las conservadoras aguas del pensamiento único político y económico. Primero porque alerta del riesgo para la convivencia y para la propia supervivencia del capitalismo llamado democrático que supone el imparable aumento de la desigualdad. Cada vez la riqueza se concentra en menos manos, cada vez es mayor el poder de las grandes corporaciones multinacionales. Y en un entorno macroeconómico de bajo crecimiento, como el que llevamos viviendo y sufriendo desde el estallido de la última burbuja inmobiliaria y financiera, más dificultades hay para la redistribución y para la equidad y la igualdad de oportunidades. El futuro para miles de millones de personas, no sólo en los países pobres o en vías de desarrollo, también en la fortaleza occidental, se parece más al penoso y superado escenario vital del siglo XIX que a las más iluminadas utopías que habían previsto para dentro de pocos años el fin de la alienación del ser humano de la mano de la ciencia, la técnica y el progreso.

Pero la gran bomba que guarda el libro de Piketty tiene que ver, como ha señalado Paul Krugman, con la discusión de la capacidad redistributiva del capitalismo llamado democrático y con la falsedad de la meritocracia. Piketty demuestra que las grandes fortunas del siglo XXI tienen los mismos apellidos que las del siglo XX y XIX. Algo que no puede sorprendernos, justo cuando hemos sabido que en España treinta de sus familias más poderosas urdieron sus primeros millones bajo el manto protector del franquismo, hace ya varias décadas. Familias que, desde sus poderosas almenas, se muestran contrarias a cualquier medida de política económica que frene la austeridad y los recortes y que ponga en peligro la actual concentración de poder económico en sus ungidas manos.

Si esto es cierto, estaría justificada una mayor fiscalidad sobre las grandes fortunas y los grandes patrimonios, que no responden al espíritu emprendedor de sus propietarios, sino más bien a la pertenencia a acendradas sagas familiares. Una propuesta sensata que permitiría una mayor redistribución de la riqueza de la mano de la justicia social, y que pone los pelos de punta a los multimillonarios de la tierra, unidos en la cofradía impasible de la acaparación sin límites. Unos se conforman con poco y otros se conforman sólo con todo. Y entre tanto conformista y tanto entusiasta de opciones políticas cómodas con la situación actual, resulta que las empresas del IBEX tienen a 881 directivos con contratos blindados, las mismas que piden moderación salarial, eliminación del salario mínimo y despido libre. Y luego dicen que el pescado es caro. Todavía no han empezado a subir los precios.

TRANSPARENCIA

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