BLOGOSFERA

José Andrés Torres Mora

Después del Pleno


Hace un mes se estrenó en el Teatro Español de Madrid una obra titulada «El Encuentro». Antonio Navajas, el director de nuestro malagueño Teatro Cánovas, me había insistido para que fuera a ver la obra del joven dramaturgo Felipe Luis Blasco, dirigida por Julio Fraga. Una pieza teatral que recrea el primer encuentro entre Santiago Carrillo, líder del PCE, entonces todavía en la clandestinidad, y Adolfo Suárez, presidente del gobierno de España, todavía en aquel momento sin el aval democrático de las urnas. Una reunión que se celebró en casa del padre de mi apreciado Mario Armero.

Sentía verdadera curiosidad por ver cómo, autor, director y actores, unos espléndidos José Manuel Seda y Eduardo Velasco, habrían dramatizado aquella larga conversación tan importante para la historia de nuestra actual democracia. El problema era que le había prometido a Juan Fernando López Aguilar que asistiría a la presentación de su libro sobre los discursos parlamentarios de Juan Negrín, último presidente del gobierno de la II República. En principio los horarios, aunque eran contiguos, no se solapaban, pero la duración de la presentación de un libro es algo más difícil de predecir que una crisis económica. Así que decidí arriesgar y acepté ambos compromisos.

En la sala Constitucional del Congreso, presidida por los retratos, del pintor Hernán Cortés, de los siete ponentes de la Constitución de 1978, los presentadores del libro describieron la grandeza y la tragedia de aquel hombre excepcional que fuera Juan Negrín. Médico, científico de primer nivel, políglota, un hombre de clase alta y, al tiempo, un hombre para el pueblo, al frente de una de las pesadillas más irracionales de nuestra historia, si no la más. Un hombre al que, como a su generación, le tocó jugar con las peores cartas de la historia de España.

A cinco apresurados minutos del Congreso comenzaba «El encuentro» entre Carrillo y Suárez. Acompañado del diputado canario Chano Franquis, nos saltamos, a la carrera, la larga dictadura de Franco; y del presidente Negrín llegamos al presidente Suárez. Tampoco a la generación de Suárez les tocaron buenas cartas. La crisis económica de los setenta no era la de los treinta, pero era una crisis. La violencia de ETA o de la extrema derecha no era equiparable al clima de violencia política de los años treinta, pero estuvo a punto de costarnos un baño de sangre. No eran tan malas como en la República, pero no eran buenas cartas.

Sentado delante nuestro estaba Pepe Carrillo, mi rector de la Complutense e hijo de Santiago Carrillo. Al terminar, bromeé y el dije: “¿no te han entrado ganas de abrazar a tu padre, teniéndolo tan cerca?”. A los dos nos había gustado mucho la obra. Sin embargo el rector me hizo una observación importante: “lo que sucedió en la Transición no fue la consecuencia de un plan perfectamente premeditado, nadie sabía cómo iba a acabar aquello”. La historia se hace sin red. Los seres humanos jugamos libremente la partida, pero con cartas que no elegimos nosotros. ¡Bien por la generación de nuestros padres! ¡Bien por cómo jugaron sus cartas!

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