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Twitterpolítica
El concepto de aceleración social no es nuevo. Cada cierto tiempo la innovación, la aparición de nuevas tecnologías y su uso masivo social y ciudadano tienen el efecto de «acortar el tiempo». Ocurrió cuando se descubrieron y fabricaron medios de transporte más rápidos. Ocurrió cuando se pusieron en marcha el telégrafo, el teléfono, y por supuesto la Red, internet, tan utilizada como poco estudiada. Y está ocurriendo en el presente con la adopción masiva de aplicaciones de comunicación que están convirtiendo nuestras vidas en esclavas de la disponibilidad y la inmediatez.
La paradoja en esta última ola es que cada vez más gente se siente más cansada, con menos tiempo para hacer cosas y para desarrollar su vida. Acelerar el tiempo suponía ganar tiempo, y por lo tanto dejaba espacio para otras muchas cosas. Esta vez es diferente. Se habla de «hiperaceleración», de «turbocapitalismo». La velocidad del cambio es tal que la ciudadanía siente que se queda atrás, desfasada. El esfuerzo por mantenerse al día y mantener el ritmo es demencial. Si Sartori hablaba del «Homo videns» para denunciar la pasividad implícita a la influencia social de la televisión, autores como César Cansino ya hablan de «Homo twitter» para enumerar las nuevas y preocupantes consecuencias del ser humano enganchado al móvil y a las redes sociales.
La prisa no es buena consejera tampoco para la democracia, que en palabras del sociólogo alemán Hartmut Rosa se ve «sobreexigida». Cada vez más personas afirman que la democracia es lenta, que favorece los atascos, que no ofrece soluciones en el tiempo de reacción adecuado. La deliberación es sinónimo de ineficacia, y la exigencia de inmediatez a la democracia que no es sino un mecanismo de toma de decisiones junto con la crisis de los partidos políticos puede convertirse en un cóctel explosivo del que sólo pueden sacar provecho los políticos más cínicos y los aspirantes a caudillos, que los hay, esperando agazapados su oportunidad.
Dice Hartmut Rosa que «la política es perfectamente acelerable, siempre y cuando se renuncie a la democracia». Eso ya está ocurriendo. Los órganos deliberativos en los que se tomaban decisiones compartidas y colegiadas ahora sólo aplauden las decisiones ejecutivas tomadas por un muy reducido grupo de personas. La presión de los teletipos, la necesidad de reaccionar lo antes posible en ese campo de batalla en que se han convertido las redes sociales, han conseguido que se desprecie el debate y que se aplauda la decisión. Ya no es más válido el más reflexivo, sino el más rápido, el más audaz, el más certero. La promesa democrática de las nuevas tecnologías la creación de un ágora virtual, la posibilidad de la democracia directa ha fracasado y ha encumbrado a reyes desnudos, como los del cuento aquél. Desnudos y soberbios.
En este punto hay que recordar que en pleno «delirio de velocidad» la izquierda debe apostar por la pausa, por la desaceleración, que es inclusiva. El control político de la economía, la negociación colectiva, la regulación que protege el medio ambiente: todas estas propuestas son herramientas para la desaceleración, para el protagonismo de la democracia. Pero muchos, hipnotizados por su protagonismo social, han renunciado a pensar para, simplemente, teclear lo que otros dicen. La velocidad mata, decían aquellas campañas de tráfico. Está a punto, de hecho, de acabar con la democracia. Cuidado.